“Yo uso manta guajira, no traje de político payaso”

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Gustavo Bauer

Eran los tiempos de la oficina de prensa de la antigua Asamblea Legislativa del estado Zulia cuando una mañana tediosa me sorprendieron dos hermosas damas guajiras, sentado en el escritorio de la recepcionista.

—Buenos días. El señor Gustavo Bauer, por favor.

—Soy yo–respondí. —A la orden.

Vestidas con unas impresionantes mantas multicolores se presentaron como Dulcinea Montiel y Jayariyú Farías Montiel, madre e hija, quienes de una vez fueron al grano:

—Señor Bauer, nosotras tenemos un proyecto para hacer un periódico intercultural dirigido al pueblo wayuu. Yo he visto su trabajo y necesito que me ayude en esta aventura que estoy segura va ser un éxito.

Escuchando la seguridad y la firmeza de aquella muchacha al hablar solo me quedó decirles:

—Cuenten conmigo, díganme que tengo que hacer.

Han pasado 18 años de aquel encuentro y mi respeto y admiración por Dulcinea y Jayariyú siguen intactos. Esa pasión contagiante hizo realidad el sueño de ambas: WAYUUNAIKI, el periódico de los pueblos indígenas, que se convirtió en el primer medio alternativo, étnico y comunitario de Venezuela y departamento La Guajira, en Colombia.

Entonces, la amistad

Para Jayariyú no había medias tintas. Jamás voy a olvidar la felicidad en su rostro cuando salió la primera edición de WAYUUNAIKI y tampoco olvidaré la vehemencia con la que defendía a su gente sobre todo de los abusos de militares corruptos que socavan la frontera colombo-venezolana. «Jaya» perdía su paciencia y hasta olvidaba su educación cuando se enfrentaba con esas injusticias; pero, eso sí, jamás perdió su risa encantadora.

A veces pasaba mucho tiempo sin saber de ella, pero al preguntarle a su madre, Dulcinea, ella  decía: “tú la conoces, por allí anda trabajando en varios proyectos”.

Un día recibí una llamada de Jayariyú.

—Gustavo, necesito que le dictes un taller de fotografía a los muchachos del periódico. Es que quiero cambiar la imagen gráfica. Y, ¿sabes una cosa?, ahora sí te puedo pagar.

—Si me vas a pagar es mejor que te busques a otro. Mejor hagamos un trato: yo les doy el taller y tú preparas un ovejo.

—Va pago.

El taller lo comenzamos en Alitasía, pero por problemas de electricidad debimos cambiar el lugar, unos kilómetros más arriba justo en la casa donde estaban cocinando el ovejo. Allí conocí a unos jóvenes wayuu estudiantes de Comunicación Social a quienes Jayariyú había contagiado de amor por el periodismo y compartían con ella el entusiasmo por otro de sus proyectos que era fundar una Escuela de Comunicación Social de la frontera.

Poco tiempo después nos encontramos y me invitó a conocer Palawaipo’u, la posada que era otro de sus sueños hecho realidad. De inmediato preparé un viaje y dos semanas después nos recibió a mí y a 19 personas más en la puerta de la posada, con su sonrisa de siempre.

— ¡Bienvenidos! Esta es su casa.

Y luego de media hora ya era amiga de todos los participantes, como si se hubiesen conocido de toda la vida.

Luego de este primer viaje se hicieron otros. Siempre con el mismo entusiasmo, el encanto y un especial cariño que demostraba en las atenciones con todas las personas.

La congruencia

Con la misma pasión con la que desarrollaba sus proyectos, también rechazaba a los políticos. En uno de nuestros tantos encuentros, viendo el cariño y la admiración que despertaba entre sus paisanos y en todo el que la conocía y la trataba, le dije medio en serio y medio en broma:

—Jaya, porque no te lanzamos como candidata a alcaldesa o diputada por tu región. De seguro que ganas.

—Gustavo, mi traje es una manta guajira, no un traje de payaso político.

Nuestra última conversación fue por las redes. Ese día le había escrito que se veía muy bella con el peso que había perdido.

—Es que tú me ves con los ojos de un buen amigo. Voy a Caracas y al regreso te llamo para que nos tomemos un café.

Ese café me lo debes, Jayariyu.

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