El hijo wayuu de Josephine Baker

Por Weildler Guerra Curvelo / @yorija

El mundo recuerda a la bailarina franco-norteamericana Josephine Baker por su talento artístico y su exótica belleza. Esta mujer que, en los años veinte del siglo pasado, arribó a Europa como una tormenta de sensualidad y ritmo fue en sus días de esplendor, quizás, la mujer más fotografiada en el mundo.

Fue también una decidida luchadora contra la discriminación racial.

Nuestro interés por la figura de Baker y su relación con el mundo guajiro surgió, inesperadamente, en 1992 durante un homenaje al prestigioso etnólogo francés Michel Perrin en Riohacha. La conversación con este curtido investigador giraba acerca de su obra etnológica, cuando, en un momento de exaltación festiva, Perrin nos sorprendió diciéndonos: «¿sabían que Josephine Baker tuvo un hijo wayuu?».

Contra discriminación

La inclinación de la bailarina por la convivencia de niños de distintas culturas nació de su propia experiencia como víctima de la discriminación. Su madre descendía de indios apalaches y negros esclavos de Carolina del Sur, en tanto que su padre tenía sangre española y africana. Siendo una adolescente en St. Louis, Missouri, su ciudad natal, limpiaba casas y cuidaba niños de ricas familias blancas, cuyos padres le advertían antes de salir que se abstuviese de besar al bebé.

La discriminaron aún siendo famosa. En 1936, cuando realizó una gira por su país de origen ante una audiencia que no admitía el hecho de que una mujer de color pudiese tener reconocimiento, sofisticación y poder.

La bondad

Dispuesta a probar que los prejuicios raciales eran aprendidos, Josephine adoptó  a 12 niños de diversos países a quienes llamó La Tribu del Arco Iris. Ella afirmaba que los niños de diferentes etnicidades y religiones podían crecer como hermanos.

Entre esos niños quiso uno  representase la autoctonía venezolana. Según narra Marcelo Morán, en su artículo Josephine Baker y mi prima, aquella había llegado en los años cincuenta hasta Campo Mara, para entonces una comunidad rural situada al norte de Maracaibo. Estaba dispuesta a adoptar a Gladis, una niña wayuu hija de Rubia Polanco.

Acompañada de una asesora indigenista del Consejo Venezolano del Niño, cumplió con todos los trámites de adopción y, cuando ya se despedían desde el vehículo, la madre de la niña se arrepintió de su decisión y, llorando, la tomó en sus brazos y decidió no entregarla a esa alta, morena y elegantísima extraña. Josephine, conmovida, abrazó a la madre indígena.

Pero, insistió en su idea y, en la población de Paraguaipoa, encontró a un niño wayuu llamado Ma’ala, a quien se llevó a vivir a Francia en su famoso castillo de Les Milandes.

¿Cuál fue la suerte de Ma’ala el hijo wayuu de Josephine Baker?

Se sabe que esta pagaba costosos maestros particulares y que el ambiente hogareño incluía la presencia de destacadas figuras del arte y de la literatura de Europa.

Según Perrin, de todos los vástagos de Josephine aquel, fue el único que le hizo derramar abundantes lágrimas. Ma’ala, cuyo nombre en lengua wayuu significa cascabel, sentía una extraña fascinación por el lujo malevo de los garitos, las armas y los ambientes sórdidos en los que no se había desenvuelto.

Poco o nada se sabe hoy de su suerte.

Baker murió de un derrame cerebral en 1975. La enterraron, con honores militares, en París. Más de veinte mil personas acompañaron su cuerpo en nombre de una Francia agradecida, cuyo corazón había latido tantas veces junto al suyo.

Foto: Cortesía Odilón Montiel, palabrero wayuu.

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