La soledad de Castilletes

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La anchura de la sabana abre paso a los wayuu que habitan Wuinpumuin, ya no van en burro como antes, abundan los carros de doble tracción, la carretera sólo llegó hasta Porshoure, de allí en lo adelante hay mil caminos de arena, poco concurridos, poco transitados, las pequeñas casas que aún se levantan fuertes en el camino se esconden entre dunas y cujís, hay una que otra tiendita con apenas algo para refrescar al visitante, aunque ese día apenas pasó un carro del Ejercito que iba a Castilletes acompañando un camión cisterna.

No hay electricidad, no hay agua, los colegios están cerrados porque los niños wayuu que habitaban Venezuela se han ido a Colombia, así está el camino antes de llegar a Castilletes, el sol es enérgico como los wayuu que habitan las comunidades que conforman la Alta Guajira de Venezuela, aunque entre los caminos no hay diferencias, así sucede también con el corazón de los wayuu, la frontera es impuesta, por eso el fogón puede estar del otro lado y la tierra no excluye a sus hijos.

Los pocos wayuu que salen presurosos a saludar, lo hacen porque necesitan enviar mensajes, o simplemente para saber quién se asoma por el territorio desértico, acompañan el saludo con una queja: “Aquí no hay nada mija, no tenemos agua, no tenemos luz, las casas se han quedado solas, si nos llega la comida de Mercal, pero ya nada es como antes, hay mucho aislamiento, nos hemos quedado solos, estamos cuidando” la mujer wayuu de pañoleta roja, vive en Tapuri con sus tres hijos, venía de buscar su bolsa de comida desde Cojoro, eso ayuda, pero no soluciona dijo antes de suspirar y decir adiós a los visitantes.

El mar Caribe acompaña con su azul al convidado, y después de recorrer casi tres horas el desierto, se yergue un faro de 29 metros que mira al mar, las olas son fuertes, pero no alcanzan el Faro de Punta Perret, lo salpican, como humedecen la arena, que conduce el camino a Castilletes, por fin en el enclave donde dice la historia comienza Venezuela, están las casas de los hijos de Martín, ellos crecieron allí y siguen como custodios del territorio, tienen lanchas para cruzar la Laguna de Cocinetas, antes de ir al otro lado, la casa de Corpozulia (Corporación de Desarrollo de la Región Zuliana) pide una mirada, casi la suplica, está tan sola y abandonada como todo en el camino.

Una vez del otro lado, en el puesto fronterizo de la Guardia Nacional, arriba en el Hito N° 1 el viento se acopla con la inmensidad donde Venezuela y Colombia pusieron limites, es territorio wayuu, pero pocos caminan por ese lado, las condiciones de vida son casi extremas y no hay infraestructura que proponga una visita prolongada, la esposa de Martin, con taza de café en mano, reclama la dejadez: “Hemos estado aquí por tanto tiempo, y en tanto tiempo no habíamos visto tanta alejamiento, sufrimos porque nos sentimos desolados, hoy vino el cisterna con agua y ustedes, estamos contentos”.

 

Jayariyú Farías Montiel

 

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