La medicina tradicional wayuu, paliativo contra los síntomas de COVID-19

Cada quien en su chinchorro: en la sala, en los cuartos, debajo de la enramada, en el patio. A las nueve personas que viven junto con Arminda Epinayu Uriana (33), en su casa en Riohacha, les dio la COVID-19 a inicio de julio. Uno a uno cayó, cual efecto dominó, con el coronavirus que, hasta ayer, 6 de octubre, ha contraído 862 mil 158 personas en Colombia, según el Ministerio de Salud; ocho mil 464, contabilizadas por la secretaría de Salud departamental, en La Guajira; y, 30 mil dos indígenas, de acuerdo con el boletín 049 de la Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic).

Pero, los Epinayu Uriana no entran en esa estadística. ¿Por qué? Todos se negaron a asistir al Hospital Nuestra Señora de los Remedios o a las IPS Indígenas, donde están asegurados. ¿La razón?: —Ya sabíamos que teníamos COVID-19 por todo lo que sentíamos—asegura Arminda a WAYUUNAIKI vía telefónica. Y, sabían, también, cómo paliar los síntomas: estando aislados, con la medicina tradicional wayuu y con acetaminofén.

Las creencias

Fiebre a 40; dolores de garganta, cabeza y musculares; cero olfato, cero gusto. Ya ellos sabían que su malestar lo causaba el virus que brotó en China a final de 2019, que desde marzo hasta el 30 de agosto tuvo en cuarentena, aislamiento preventivo y hasta en Toque de queda a Colombia por órdenes presidenciales.

Son wayuu. Y creen en la medicina indígena. Desde Paraíso (Alta Guajira), su territorio ancestral, sus familiares les enviaron Samuttapai -la planta llamada, también, Mapurite- y tallos de Malüwa que, al prenderles con fuego, emanan un olor similar al del incienso, explica Manuel Román Fernández, investigador wayuu y pütchipü’ü (palabrero), quien relata que una anciana wayuu, residente en la Alta Guajira, soñó, en enero, que «una enfermedad fuerte agobiaría al pueblo wayuu y mandó a consumir estas dos plantas».

—Mi mamá, con sus dolores en los huesos, en las piernas, en la cabeza y su fiebre, se levantaba todas las mañanas a prender el fogón, montar la olla con agua y a hervir las plantas: eucalipto y Malüwa con limón. Luego, ponía la olla hirviendo en una silla bajita y cada uno se paraba un ratico con la cara hacia la olla para respirar ese vapor. Mi mamá nos arropaba con una sábana—detalla Arminda y precisa que fue la tercera en contagiarse: primero fue su tío y, luego, su hijo mayor de 17 años.

A ellos los contagiaron, asegura Arminda, el esposo de su prima y un taxista que la lleva a ella y a su mamá, Diana (55), al mercado para vender su mercancía. —Supe que a ellos dos les dio la COVID-19 y que se vieron mal. Con ellos fueron los únicos contagiados con quienes tuvimos contacto.

Además de las tomas con base en plantas wayuu, tomaban agua con limón para aminorar la sed. No les dio apetito; sin embargo, Diana preparaba caldo de pollo para que se alimentaran. También, antes de cumplir los siete días con el virus, tomaban Samuttapai con acetaminofén, como lo recomiendan los médicos occidentales teniendo en cuenta este fármaco como paliativo a los síntomas, pues el virus aún no tiene cura. «El tiempo que transcurre entre la exposición a la COVID‑19 y el momento en que comienzan los síntomas suele ser de alrededor de cinco o seis días, pero puede variar entre 1 y 14 días», precisa la Organización Mundial de la Salud (OMS).

No trabajaron durante 15 días. No podían sostenerse en pie ni salir en ese estado. Arminda está consciente de que el contagio, por lo general, se reproduce por negligencia de la ciudadanía. Ella optó por quedarse en su casa junto con sus parientes y, tampoco, recibió visitas.

A mediados de julio comenzaron a recuperar el sabor y el olfato, y ya los dolores eran leves. Podían levantarse del chinchorro y hacer actividades como barrer la casa, arreglar la ropa. Volvieron a sentir fuerzas, a pesar de que habían bajado de peso.

Hace un par de semanas, comenzaron a trabajar Arminda y Diana. Se van caminando desde su casa, en el barrio Las Marías hasta el Mercado nuevo. Llevan puesto el tapabocas y, en sus süsü (mochilas), guardan botellitas -que alguna vez fueron de agua mineral- con alcohol. Al llegar, al final de la tarde, a su hogar lavan las mantas y las guaireñas (calzado tradicional masculino wayuu); si no, tienen agua, las cuelgan en las cuerdas del patio para que, desde el siguiente amanecer, se asoleen y, por ende, mueran todas las bacterias que se alojan en las telas y suelas. Aún no reciben visitas.

Se sienten bien. Pero siguen con las tomas calientes a primera hora del día y antes de acostarse. Se recuperaron de la COVID-19; pero, temen que les repita. —, al menos que estemos graves. Seguimos con nuestra medicina, propia de los wayuu—sentencia Arminda.

Ella tiene sus creencias y tradiciones sociales. Pero, la medicina ancestral y la occidental no se excluyen. En caso de presentar dificultades respiratorias, por ejemplo, la única forma de salvar la vida del contagiado es la atención hospitalaria.  Es clave que los wayuu contemplen ir a algún centro asistencial. También, pueden obtener información en el Contact Center, dispuesto por la Gobernación de La Guajira: 350-2118668 / 321-7136926.

Este relato con poster es producido para la campaña Protege a tu gente, protegiéndote tú, auspiciada por la ONG internacional Internews y el apoyo del Centro de Internet y Sociedad de la Universidad del Rosario (ISUR), en el marco de la pandemia por COVID-19.

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