La autoridad de la mujer wayuu

 

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En la cosmovisión wayuu es preponderante la figura de la mujer por su sabiduría. Ella puede tener la última palabra en la resolución de los conflictos, a pesar de la presencia del pütchipü’ü

 

Nil Petit

En la cultura wayuu las mujeres tienen un papel clave: son la fecundidad y la autoridad espiritual. Ellas están representadas por Mma, la Madre Tierra y ellos en Juya, el Padre Lluvia.

En la cultura Occidental se habla del hombre como una creación, mientras que los wayuu nacen de la unión de Mma y Juya así se cree que la vida depende de la hermandad del individuo con todos los elementos de la naturaleza.

En este plano cada hombre y mujer tiene una esencia espiritual que se debe preservar a lo largo de la vida. Cuando nace un conflicto, este elemento se ve afectado, las energías negativas se alojan en el estómago y devienen acciones viscerales. La función de la mujer como guía espiritual y del pütchipü’ü (“palabrero”), como mediador, es extraer lo malo mediante la palabra.

La palabra: creencia y norma

Es sabido que las disputas pueden estar ligadas a acciones de un grupo o de un individuo que atentará contra otra persona o toda una familia; aunque el conflicto en sí sea entre dos personas, los acuerdos deben hacerse en nombre de toda la familia. Acá, entra la figura de la mujer como principal afectada: aunque no sea visible en la escenificación de un acuerdo, la palabra que prevalece es la de la ella, no porque acuerda con la contraparte de forma directa -función del pütchipü’ü-; sino porque tiene el poder de desautorizar a los varones. Ella es la interesada en preservar su linaje, mediante acuerdos que garanticen la vida de los suyos. De esta forma, en la tensión de un conflicto una mujer puede decir a sus mayores qué compensación deben recibir o u ofrecer por la falta que fue víctima o victimaria su familia.

“Hoy en día hay una profunda confusión cuando se trata de afianzar el Sistema Normativo Wayuu. Debido a la evangelización un 80 por ciento de la población wayuu es cristiana. Los alijunas unifican su religión en un solo Dios judeocristiano; entonces, los wayuu dejan de reconocer a la madre como dadora de vida y al padre -un hombre- como dios de la fertilidad. En un orden social regido por lo matrilineal, representa una gran confusión que se imponga los principios patriarcales”, comenta Guillermo Ojeda Jayariyú, investigador cultural y pintor, perteneciente a la Junta Mayor Autónoma de Palabreros, de Colombia.

—¿Por esta misma inserción cultural los hombres no han adquirido un poder que los ponga por encima de la mujeres?

—Nunca el hombre se ha impuesto en nuestra cultura. Dentro de nuestro sistema el hombre tiene una importancia menor, porque él sabe que los hijos son de ella. A su vez no importa que él tenga otra mujer o si quiere irse de la casa, porque la fémina asume que los verdaderos familiares son los hijos y los parientes por línea materna. Es la mujer que cría y enseña los valores, sobre ella recae la autoridad espiritual; mientras que el hombre es quien provee y en el caso de una disputa, él está expuesto directamente al problema, mientras que ella, es quien preserva el linaje mediante la persuasión, que a veces se presta para la incitación, ya que, considerándola dueña del dolor, puede actuar de forma errada. Acá reluce la figura del “palabrero”, buscador de un acuerdo pacífico que detenga las ofensas, explica Ojeda Jayariyú.

—¿En un acuerdo deben estar las dos figuras o solo el pütchipü’ü?

—En las reuniones, ante el “palabrero” siempre debe estar toda la familia, desde el más anciano hasta el más joven, de esta forma las nuevas generaciones están al tanto de los acuerdos finiquitados. Es permitida la intervención de una mujer si esta va a hablar desde el raciocinio. Siempre se le guarda respeto a la figura femenina e incluso temor porque son capaces de resolver el problema más complejo con una palabra dulce, desde la serenidad, pero también convertir un problema pequeño en algo grave. Weilder Guerra Curvelo, antropólogo y actual gobernador de La Guajira, en su libro La palabra y la disputa también hace referencia a la presencia de la mujer en la resolución de conflictos: explica que durante el conflicto recae sobre ella una gran responsabilidad económica ya que los hombres deben resguardarse, previniendo ataques del enemigo.

Deberán así movilizarse y comercializar los rubros que produce la familia para su sustento. En las compensaciones, las mujeres se desprenden de sus riquezas: animales y collares. Al punto que pueden sacrificar lo más preciado por la tranquilidad de los varones. Pueden servir de informantes sobre acciones del grupo contrario e incluso de espías. En las riñas armadas se evita agredirlas y únicamente ellas pueden tener contacto con los abatidos en el combate, son quienes recogen heridos y cubren con una tela las caras de los abatidos. En La disputa y la palabra se señala también que algunos conflictos menores pueden ser conciliados por las mujeres, al punto de pedir compensaciones sin que sea necesaria la presencia de un pütchipü’ü. Los escenarios donde hay hechos de sangre y en los que la mujer se ha asumido como “palabrera” son muy pocos y guardan la particularidad de que ellas habían adoptado un comportamiento de hombre, lo que afianza al pütchipü’ü como figura de autoridad.

Actualmente, la relación entre los alijunas y los wayuu es cotidiana y de ahí surgen disputas interclaniles en las cuales las mujeres se han desempeñado como “reclamantes”: la figura femenina puede hacer más fácilmente que dos personas, incluso de distintas culturas, lleguen a acuerdos. Cuando el problema se circunscribe a territorios urbanos o fuera de los ancestrales no se procede estrictamente al orden tradicional, se puede hacer uso de elementos Occidentales como actas y sanciones a futuras agresiones.

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