Origen y destino de las mochilas wayuu: comercialización de una cultura

Süsü

 

Ana Kay Farías

Ana Karolina Mendoza

 

Riohacha, Colombia. No ha salido el primer resplandor de Ka’i (Sol) cuando la tejedora inicia su jornada. Tiene cuatro hijos que atender y un süsü que seguir tejiendo. Pasa el día allí, bajo la enramada, tomando sombra y dándole forma a la ka’toui hilo por hilo. Se toma su tiempo para enhebrar la aguja y se dedica en cada punzada. De cuatro a cinco días durará en este ejercicio de creación y práctica cultural.

Lisset Epieyu aprendió a tejer a los 17 años, pero su hija de 11. La observa desde “pelaíta” y le sigue los pasos. Se sienta una que otra vez con ella y hacen de ese espacio un lugar mágico, pues la mochila lleva consigo un significado ancestral que, a veces, los alijunas (no wayuu) o hasta el mismo «paisano» desconocen.

Y ese proceso de enseñanza-aprendizaje comienza en la ranchería o comunidad y lo lidera la abuela o la madre la niña. Zunilda González, matrona wayuu, recuerda que la curiosidad por los colores, los hilos y el tejido comenzó a los siete años. “Yo me robaba el hilo de mi mamá y me escondía detrás de la casa con su aguja pa’ armar mochilas y chinchorros. Cuando ya estaba grande no quise estudiar por estar pendiente de tejer mochilas”, recuerda la artesana que, desde hace 18 años, se sienta de lunes a viernes en la avenida Primera de Riohacha, a tejer y a esperar a los clientes.

“A los turistas de aquí de Colombia o extranjeros les llaman mucho la atención los colores. Por eso es que compran las mochilas. No saben el significado de ellas. No son unas carteras o unas bolsas cualquiera, no. Significan cómo vemos el mundo nosotros, los wayuu y yo se lo explico cuando les vendo. Las marrones y de colores tierra significan el verano. Las de flores, la primavera, y cada flor tiene un significado. Las líneas de colores son el arcoíris. Los kanasü (figuras, en lengua wayuunaiki). La gasa –o tira- son los frenos que se les ponen en la boca a los burros”, explica la también autoridad tradicional de la comunidad El Hornito II, ubicada en la vía a Santa Marta.

Franco Bertorelli curiosea con su esposa las artesanías. Es italiano y ya un amigo colombiano le había regalado una mochila wayuu. Ella no sabe cuál escoger entre la paleta de colores y texturas que ofrece la “Tía” Zunilda. Ella le explica el significado del vinotinto y del verde oliva; y de las flores de Túa túa. Por este modelo se decide la señora, también italiana. Al menos un minuto duró la negociación: la mochila cuesta 50 mil pesos, la artesana se la rebajó a 48, el comprador le dice que 45 y ella remata con que le pague 46. Cerraron el negocio. “Las mochilas con diseños son las que más se venden”.

La compra-venta, la exportación

A Fernelis Hernández le compran al por mayor clientes de Bogotá, Bucaramanga, Medellín, Barranquilla, Santa Marta y Cartagena; de España, Korea y Taiwán. En la venta por volumen es que ve la ganancia en este negocio, asegura el comerciante que tiene 15 años en el mercado nuevo de Riohacha. “Una mochila la compro en 28 mil pesos y la tira en 10 mil. Por coser la tira, las ‘paisanas’ me cobran dos mil pesos más otros mil que me cuesta el hilo: todo suma 41 mil. Al los mayoristas, las vendo en 42 ó 43 mil, mientras que al detal, en 45”, precisa.

Por Western Union le cancelan el pedido en moneda extranjera y él, al recibir los pesos, hace el envío. En el caso de Colombia, es distinto, Hernández envía la mercancía y, al venderla, es que le pagan. “Veo las ganancias de a poco: hoy me puede caer una plata, la semana que viene otra y así. Pero a las artesanas, que son nuestras proveedoras, debo pagarles de una vez. Ellas no esperan, porque sus necesidades no esperan. El éxito de esto está en la clientela por fuera”.

Tahína Corzo es venezolana y vive en Houston, Estados Unidos. La cultura wayuu siempre le gustó por su colorido y versatilidad de las piezas. “Iba a los bazares a repartir los flyer /volantes de mis servicios como estilista. Allí no podía vender mis servicios, pero se me ocurrió vender la artesanía wayuu”. Las mochilas las vende entre 80 y 120 dólares, “porque el envío es costoso por ser piezas pesadas”. Su hermano, que vive en Maracaibo, Venezuela, viaja a Riohacha para comprar las mochilas.

 

 

AGREGADO 1

 

“Aquí, en la ranchería, puedo vender la mochila en 50 ó 60 mil pesos. Si me voy al mercado o a la Primera me quieren pagar 25 y no me sirve: tengo cuatro hijos y solo eso me cuestan los hilos”. Lisset Epieyú, artesana.

 

 

 

 

AGREGADO 2:

Precios

 

  Avenida Primera* Mercado nuevo*
Mochilas 45 mil pesos (unicolores), 50 mil (con figuras) 42-43 mil pesos (unicolores)

45 mil (con figuras)

Süsü 100 – 120 mil pesos 75 – 80 mil pesos
Kapoterras 60 mil pesos 45 – 50 mil pesos
Careras tipo sobre 20 mil pesos 18-20 mil pesos
Llaveros 2 – 3mil pesos 2 mil pesos
Chancletas 15 mil pesos 12 mil pesos

*En Riohacha, La Guajira, Colombia.

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