Sin calidad de vida y en el olvido gubernamental sobrevive el pueblo Wayuu

Sailyn Fernández

Paraguaipoa, Venezuela. Llegó la pandemia y la población de la Guajira no entendía y tampoco lo asumía lo que estaba pasando. Unos estaban enfocados en los problemas sociales que enfrenta, mientras que otros estaban incrédulos y aseguraban que el virus no llegaría al territorio por la alta temperatura. Pero, la realidad era otra: la COVID-19 llegó con toda su fuerza. Muchos quedaron encerrados en un municipio donde existen problemas graves.

El pueblo Wayuu no es ajeno a la situación política y territorial del país. Sus costumbres y tradiciones ha venido en decadencia. vulnerables ante la situación que afecta al país: la escasez de medicamentos, las fallas del sistema eléctrico, la falta de agua potable, la inexistencia de gas doméstico obliga a los habitantes a migrar en busca de una mejor oportunidad, ante esta situación cambiando sus modos de convivencia.

La frontera peatonal se volvió más dura, el camino se volvió más peligroso; pero la gente debía buscar solución a los que estaban enfrentando buscar una alternativa. El otro lado siempre es la opción A, solucionar era lo que les mantenía en pie. Y es que la comida era primordial. “Había hambre”, asegura una docente que se vio obligada a abandonar las aulas de clase para caminar la frontera de un lado para otro y vender sus productos, arriesgando su vida. “Esta pandemia dejó sin alimento a muchas familias. Es urgente salir a buscar qué comer para llevar a mi casa”

Antecedentes de vulneraciones

Hablar de la  situación de vulneración de derechos en el pueblo Wayuu es retroceder unos años atrás. Hombres y mujeres  se han sumado a los caminantes que abandonan este país  y cruzan la frontera, buscando una manera de sobrevivir. Muchos empezaron a alistar sus cavas conservadoras con hielo, botellas de gaseosas y bolsas de agua previamente adquiridas en Maicao, para revenderlas en ese corregimiento Paraguachón, o como se le dice “La Raya”, en la vía principal que comunica ambos países, muy transitada por viajeros y migrantes. Los hombres también suelen  trabajar como carretilleros, moviendo mercancías o equipajes de viajeros, vendedores de gasolina y mercadería (algunas de contrabando).

“La calamidad de Venezuela lo reflejo en mí”

Ángel Chacín, wayuu de 65 años, recuerda la fecha en la que se decretó la pandemia. “Me puso tal como está Venezuela hoy en día. Yo era un comerciante informal, tenía un puesto en Paraguaipoa, donde vendía gasoil, detergente, plátanos, yuca, café. Así sostenía mi hogar. En 14 de marzo de 2020 me quedé paralizado.  Me fui a la quiebra, perdí todo. Casi pierdo mi vida por el deterioro de mi salud. El gobierno nos ofreció bolsa de comida y nunca nos cumplió.

Por otra parte, Efraín Manuel, retrata en su experiencia el abandono del Estado venezolano a las poblaciones vulnerables de la Guajira.  “La calamidad de Venezuela la refleje en mí, así estoy. La pandemia casi destruye mi hogar, pero gracias a Dios aquí seguimos unidos. A nosotros ningún organismo se nos acercó, aquí hemos quedado a la deriva. Me toco reinventarme. Es caótico nuestra situación en un municipio donde ya todo venía decayendo como la educación. Nuestros hijos retrocedieron en su formación de aprendizaje y que “clase en casa”, pero cómo íbamos a dar clase si estábamos viendo cómo resolver la comida. La paralización del transporte generó un impacto muy negativo. Caminábamos nueve kilómetros para poder salir a los poblados como Sinamaica. A mí me afectó. Yo tenía una cauchera y tocó abandonarla. Para nosotros el aislamiento fue grave”.

Sobrevivir remando

                En La laguna de Sinamaica están los hermanos indígenas Añú, pueblo de agua. Su ubicación queda a unos cinco kilómetros de  Sinamaica,  la capital indígena del municipio Guajira. Mujeres y niños reman diario para salir de sus comunidades en busca de alimento, haciendo el trueque en los comercios en las zonas pobladas. Esta situación de hambre se ha venido agravando en los últimos cuatro años con la desnutrición de niños de 0 a 5 años, así lo demostró el Comité de DDHH de la Guajira, organización que documentó estos casos.

“El 83% de las familias solo comen una vez al día. Solo 17% consume alimentos dos veces al día, cuando les va bien el día de trabajo. No conocen a ciencia cierta lo qué es la desnutrición, sus síntomas; por lo cual, no llevan un control de talla y peso de sus niños”, reza en el informe del Comité, presentado en la red de Derechos Humanos del Estado Zulia (Redhez) en marzo pasado.

Quienes se llevaron la peor parte en estos últimos años en el territorio ancestral han sido los pequeños, quienes asumieron la calle con más tiempo en su mayoría dejaron de estudiar. Hay realidades que ha mostrado con el tiempo que los niños cuando asumen responsabilidades de adultos, abandonan por completo su proceso de aprendizaje, la educación pasa a un segundo plano.

Violencia fronteriza

Cientos de familias viven esta realidad en una frontera que atropella a quienes son propios de este municipio, No hay autoridad que ponga fin a los abusos que se registran en la frontera colombo-venezolana, violando los más elementales derechos de los pueblos y comunidades indígenas consagrados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas y la propia Declaración de las Naciones Unidas, cercenando la práctica ancestral del comercio fronterizo como único modo de supervivencia de la especie humana, frente al accionar ilegitimo del Estado que al tiempo que le reconoce sus derechos les niega su propia existencia, al no garantizar las condiciones mínimas para vivir con dignidad.

Los pueblos indígenas son extremadamente vulnerables. Durante años han padecido ante la negligencia que mantiene el gobierno en el ámbito político.

La  zona fronteriza entre Venezuela y Colombia, lugar de ancestros y tradiciones tierra de hombre y mujeres con valores, saberes ha ido cambiando con el pasar de los años. Los gobiernos centrales tanto de Bogotá como de Caracas han olvidado la frontera de Paraguachón, basta con ver los niveles de pobreza e inequidad en el  territorio, situaciones que han favorecido la activación e instalación de prácticas como el contrabando, la ilegalidad e informalidad como expresiones a través de las cuales una parte de la población deriva recursos para la subsistencia de los suyos. De igual manera, se ha convertido en una oportunidad para que mafias y bandas criminales se aprovechen de la crisis económica de Venezuela.

Foto: Gustavo Bauer Grimán.

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