Lucia González es una niña de 10 años, cabello oscuro, piel morena y ojos saltones. Asustada contó como es un día para ella, “vengo a la escuela para comer algo” fue su respuesta antes la interrogante: ¿Para qué vienes a la escuela?
La pequeña relató que al salir los primeros rayos del sol, se levanta de su chinchorro, para bañarse, alistarse e ir a la escuela, esperando recibir su tan anhelado plato de comida y saciar el hambre mientras se mantiene en el plantel.
“A mi escuela llego desde muy temprano, mis compañeros y yo nos reunimos un rato esperando el momento en que todos entonamos el Himno Nacional en wayuunaiki, para luego pasar en fila uno por uno a nuestros salones de clases”.
“Desde el momento en que entramos al salón, todos nos asomamos una y otra vez en la puerta para ver si nos traen nuestra comida, mientras la maestra nos va colocando la tarea del día. Cuando por fin llega la hora de comer todos nos quedamos calladitos y nos sentamos en nuestra silla, esperando que nos toque el turno y nos entreguen nuestra tasita llena de alimentos para colocarla en nuestras piernas porque no tenemos mesa para comer, hoy corrimos con suerte porque nos dieron arroz con caraotas, pero hay días que sólo nos dan arroz”
“Al salir de clase me voy directo a mi casa, donde me espera mi hermanito Mario González de 12 años para ir hasta el mercado de los Filuos donde vendo agua mientras, mi hermanito vende gasolina por pimpinitas, porque tenemos que ayudar a mi familia”, contó la pequeña.
Los niños de la Guajira no van a sus escuelas con la esperanza de estudiar y ser
profesores, doctores o ingenieros como otros niños, su objetivo es ir hasta sus escuelas con la esperanza de poder llevarse a la boca un bocado.
BC/JV