23 de abril, Día del Idioma

Se ha institucionalizado el 23 de abril como el Día del Idioma. En cuanto a la lengua castellana, se rinde homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra, fallecido el 23 de abril de 1616. Como dato complementario, se destaca que el mismo día de ese año murió William Shakespeare, máxima figura de la lengua inglesa. Con el tiempo se han agregado otros acontecimientos relacionados con esa fecha. Por ejemplo, en colegios y academias se hace alusión a Marco Fidel Suárez, filólogo colombiano que nació el 23 de abril de 1855 y alcanzó la presidencia de nuestra nación. Todo lo anterior está bien. Pero lo importante es destacar las funciones que cumple nuestro idioma y la obligación que tenemos de cultivarlo con el mayor esmero.

En sus comienzos la lengua castellana se manifestó como un vehículo eficaz para transmitir ideas, sugerir comportamientos, criticar situaciones. Mucho antes del siglo XII lo que existía en España era una amplia gama de dialectos o hablas regionales, influidas todas por los aportes lingüísticos de los pueblos que en forma periódica pasaban por la Península y la arrasaban tanto material como culturalmente. Aún no se le asignaba el nombre de ninguno de los dialectos; su estructura estaba más cerca de la lengua de los moros y se la denominaba romance. En el siglo XII, con la aparición del Poema de Mio Cid, surge la actual lengua castellana en forma escrita.

En el siglo X ya había pequeños textos, desprendidos del latín; solo mostraban rudimentos de lo que más tarde sería la lengua castellana. Esas son las ‘glosas emilianenses’ y las ‘glosas silenses’. Eran anotaciones escritas por unos monjes para aclarar fragmentos escritos en latín; las emilianenses aparecieron en el monasterio de San Emiliano o San Millán de la Cogolla. Las silenses, semejantes a las anteriores, se conservan en el monasterio de Silos. Esas notas antiquísimas se conocen como “los primeros vagidos de la lengua española”.

Durante los siglos XII y XIII aparecieron en España el ‘mester de clerecía’ y el ‘mester de juglaría’. El de clerecía se movía en un ámbito más elevado culturalmente. Sus relaciones con el clero les permitían el acceso a textos religiosos; por su parte, el de juglaría era totalmente popular. Una característica de los juglares era su constante peregrinar por pueblos de la península española. Eran trashumantes; vagaban sin destino fijo pero con la intención de dar a conocer en un sitio los últimos acontecimientos del pueblo que acababan de abandonar.

Hay quienes establecen diferencias entre “juglares” y ‘trovadores’. Afirman que el trovador era un verdadero creador; los juglares, en cambio, tomaban los versos y procedían a difundirlos por los pueblos. Lo interesante es destacar cómo el lenguaje siempre ha cumplido la función de comunicar. He ahí su importancia.

Por:  José Alejandro Vanegas Mejía /Opinión / Diario del Norte

 

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