La monja wayuu que vence al paludismo

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Ana Karolina Mendoza

 

Paraguaipoa, Venezuela. Llegó débil a Las Parchitas, donde está su casa materna. Tiene paludismo. Le ha dado 12 veces desde que vive en Amazonas.

A los 14 años, Fanny Machado Beltrán tuvo clara su misión: el servicio. La descubrió mientras estudiaba en el colegio San Francisco de Asís -de las hermanas Lauritas-, en Sinamaica. El servicio mediante la ayuda, el servicio mediante la educación; el servicio, por amor.

—Mi abuela materna, quien me crio, era wayuu. Y ella no quería que yo fuese monja, porque para ese tiempo (año 65) se veía mucha cosa fea entre sacerdotes y monjas. Pero yo estaba clara en lo que quería y quería formarme para eso. Por eso me escapé con dos amigas y nos fuimos con lo que cargábamos puesto para Maicao. Nuestra meta era a Medellín para formarnos en el instituto misionero de la Madre Laura—cuenta Fanny, sentada en una mecedora y tomando café. Acababa de almorzar.

Su familia, para la que no hay fronteras, la buscó en Colombia y dio con ella en Barranquilla. La trajeron de nuevo al Zulia. Fanny ya tenía 15 años.

Obedeció. Entonces, se fue a Cabimas a estudiar en la Escuela Normal Nuestra Señora del Rosario. Egresó como docente normal y se regresó a la Guajira para trabajar en las comunidades indígenas junto con las «hermanas Lauritas».

Fanny habla wayuunaiki y era la intérprete. Así comenzó su travesía como misionera que la lanzó de un tirón a Amazonas, donde ha servido por casi 30 años, en los asentamientos indígenas.

Misión de vida

—Qué mejor metodología o manera de servir que la de Jesús. Él no hizo distingo de personas: trató a todos y murió por todos. Yo lo que hago es ir a donde están los necesitados: a los que tienen alguna enfermedad, a los que pasan hambre por cualquier circunstancia o sencillamente a los que tienen sed de Dios—explica con su voz dulce y calmada.

Así han transcurrido 50 años: 50 cincuenta años de servicio por amor a Dios y al prójimo en lo que ha sido feliz dando su ser, pero en los que también ha sufrido la tristeza por estar lejos de su familia y también la enfermedad.

En la selva, 12 veces la ha atacado el paludismo. Siempre se reponía, guardando reposo y siguiendo el tratamiento. La gente y Dios la necesitaban sana. Este último ataque de la enfermedad le dio duro.

—Es difícil encontrar las medicinas y ya yo estoy viejita—. Se ríe y toma un sorbo de café. —Por eso me tomé unas pequeñas vacaciones para visitar a mi gente, estar con los míos en mi comunidad. Y gracias a Dios me estoy recuperando.

Camina y ya no se fatiga. Habla lo justo y necesario, pero observa con detenimiento su alrededor. Sonríe. Visita las comunidades wayuu y conversa con la gente.

Venció al paludismo una vez más. Y está contenta porque le celebraron, el pasado 9 de septiembre, los 50 años de servicio con una misa y con un almuerzo en su casa, en Las Parchitas.

 

Foto: Cortesía Fray Nelson.

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