Movimiento indígena cuestionó la lógica política del Estado

Sentarse a dialogar con quien los reprimió violentamente durante doce días es un acto de extrema generosidad. Un acto de grandeza ausente en las élites racistas y codiciosas que hoy piden a gritos mayor represión en contra de los movimientos sociales.

El diálogo del domingo 13 de octubre, entre el Presidente de la República y la CONAIE fue la culminación legítima de la protesta del movimiento indígena y popular. Los dirigentes indígenas no necesitaron de ofensas, rencores ni imprecaciones para interpelar al Presidente de la República sobre una decisión tomada a espaldas de los ecuatorianos. No fue solo el Decreto 883 el meollo de su intervención; fue la falta de voluntad política para construir el Estado plurinacional, la ausencia de democracia y la vulneración de los derechos colectivos. Un mensaje que, sin ser del todo explícito, cuestionó la lógica política del Estado ecuatoriano.

Intervención indígena

Los dirigentes indígenas no necesitaron mucho tiempo para desnudar la visión de país de los funcionarios del Estados que tenían sentados al frente. Fue la reivindicación de la vida ante la cruda optimización de las finanzas; la interminable amplitud de un mundo diverso y solidario ante la estrecha eficiencia tecnocrática; la sabiduría ancestral ante el pragmatismo económico de las empresas y del Fondo Monetario Internacional.

Los indígenas hablaron respetuosamente con el gobierno que los reprimió, aunque sin disimular el dolor que los embargaba por sus muertos. Fue evidente. Pero ni un atisbo de odio ni venganza se notó en sus palabras: con dignidad, exigieron justicia. Hablaron por encima del encono y las enemistades que seguramente dejará la violencia que se propagó por todo el país en estos días. Convocaron al conjunto de la sociedad a ser partícipes del diálogo.

Un gran triunfador tuvo la jornada del 13 de octubre: el movimiento indígena y todos quienes lo respaldaron: mujeres, trabajadores, estudiantes, ecologistas, pobladores barriales. Tres grandes derrotados tuvo la jornada. El primer perdedor es el FMI, cuyo intento de propagar por el mundo las supuestas bondades de sus recetas se ha estancado. Además, el ejemplo del estallido social en el Ecuador es demasiado palmario como para que otros pueblos lo pasen por alto.

El segundo perdedor es la derecha empresarial recalcitrante y su atávico menosprecio por los sectores populares. Su sueño neoliberal salvaje terminó en las calles insurrectas de Quito. Ahora tendrá que pasar el trago amargo de la diversidad y la diferencia, de la pluriculturalidad, de la masiva irrupción de otras culturas. O tendrá que prepararse para nuevas jornadas de rebelión popular.

El tercer perdedor es el correísmo. Promovieron un golpe de Estado enancándose en las legítimas movilizaciones del movimiento indígena. El correísmo muestra rasgos de lumpen-política. Sus líderes fueron capaces de incendiar el país con el único propósito de evadir la justicia.

Y en medio de todo, un gobierno que subsiste con respirador artificial. Su sumisión al FMI es inocultable.

Análisis

La derogatoria del Decreto 883 altera el panorama político, pero no resuelve el problema de fondo. El modelo de Estado, el sistema político y el régimen económico imperantes no dan respuestas democráticas y equitativas a las aspiraciones populares. El pacto empresarial estructurado desde inicios de siglo alrededor de la renta extractivista se agota. Y la inviabilidad del modelo pretende ser descargada sobre la espalda de los más desfavorecidos y sobre la fragilidad de la Madre Tierra.

Ante esa arremetida, los sectores populares deben mantenerse atentos, pues la misma entrega y valor con los cuales enfrentaron las jornadas de octubre deberán desplegar para afrontar las pesadillas neoliberales que siguen nublando nuestro horizonte.

Por Juan Cuvi, coordinador nacional de Montecristi Vive.

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